Un solo derrame cerebral duplica el riesgo de desarrollar demencia durante la década siguiente de la persona que lo sufre, incluso cuando la capacidad mental de ese individuo está inicialmente afectada, pero el motivo por el que se produce este deterioro ha sido un misterio. Ahora, investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, creen haber descubierto una de las principales razones: las células inmunes.
En experimentos con ambos modelos de ratón de muestras de accidente cerebrovascular y de tejido cerebral humano, estos expertos vincularon el retraso en la aparición de la demencia post-apoplejía con la presencia persistente en el cerebro de células inmunes especializadas que no deberían estar allí.
El descubrimiento podría potencialmente traducirse en formas de identificar a los individuos en situación de riesgo para la demencia, dando tiempo a los médicos para tratar de evitar la enfermedad, puesto que ya han medicamentos disponibles que pueden desactivar estas células inmunes.
Con aproximadamente 800.000 nuevos casos por año, el derrame cerebral es la segunda causa de discapacidad grave a largo plazo en Estados Unidos, generando 74.000 millones dólares al año en costos de tratamiento y cuidados. De los siete millones de supervivientes de accidente cerebrovascular que viven en todo el país, un tercio o bien sufre de demencia o la padecerá.
En un trabajo que se publicará este miércoles en ‘The Journal of Neuroscience’, un equipo dirigido por Marion Buckwalter, profesora asistente de Neurocirugía, Neurología y Neurociencias, examinó varios modelos de ratón de accidente cerebrovascular, así como muestras de tejidos del cerebro humano, y encontró fuerte evidencia de que las células productoras de anticuerpos llamadas células B juegan un papel clave en el retraso en la aparición de la demencia.
Los anticuerpos que producen las células B normalmente son de gran valor para nosotros. Circulan por la sangre y la linfa y se unen a los invasores microbianos, apelmazando las nefastas estructuras de los patógenos y marcándolas para su destrucción por otras células inmunes. Ocasionalmente, las células B comienzan erróneamente la generación de anticuerpos que se unen a los propios tejidos sanos del cuerpo, causando ciertas formas de enfermedad autoinmune, como la artritis reumatoide.
‘Rituxan’, un medicamento aprobado por la agencia norteamericana del medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) para la artritis reumatoide, es en realidad un anticuerpo en sí: su objetivo es una proteína que se encuentra en la superficie de todas las células B. El uso de este fármaco reduce las células B en el cuerpo, aliviando los síntomas de esta enfermedad y otros trastornos en los que median las células B.
Como casi todos los otros tipos de células del sistema inmune, las células B están prácticamente inexistentes en los cerebros de las personas sanas, cuyas murallas externas son en su mayoría impermeables para las células y las moléculas de gran tamaño (como los anticuerpos) que circulan libremente en otros lugares. Pero la barrera sangre-cerebro no es totalmente infranqueable y se vuelve mucho más permeable al daño cerebral.
Dos pequeños informes de la última década mencionaron la presencia desconcertante de un número considerable de células inmunes en alrededor del 50 por ciento de los cerebros en las autopsias de individuos que habían sufrido accidentes cerebrovasculares. Esto llevó a Buckwalter a analizar más de cerca el fenómeno.
Esta experta y sus colegas se embarcaron en una serie de experimentos en modelos de ratón de derrame cerebral y afinaron sus procedimientos experimentales para que las estructuras cerebrales centrales para la cognición en los ratones quedaran inicialmente intactas después de un accidente cerebrovascular.
«Cuando nos fijamos en los cerebros de estos ratones una semana después del accidente cerebrovascular, vimos una presencia insignificante de las células B en el núcleo del accidente cerebrovascular», relata Buckwalter. «Pero a las siete semanas, había un montón de ellas», añade.
La presencia de células B persistió a las 12 semanas. Las células tienden a agruparse en o cerca del núcleo del ictus, donde habían muerto las células cerebrales normales que sucumbieron a la privación de oxígeno inducida por el derrame cerebral. Esa infiltración de células B no fue evidente en los cerebros de los ratones sometidos a un procedimiento simulado en el que sus cerebros no experimentaron un accidente cerebrovascular.
Los científicos también determinaron que las células B habían estado produciendo activamente anticuerpos y progresando a través de diversas etapas de desarrollo que caracterizan dichas células una vez que han sido activadas por la exposición a materiales extraños.
En las pruebas de la capacidad de los ratones para almacenar recuerdos a corto plazo, un criterio clave para la evaluación de demencia, los roedores en los que se indujo un accidente cerebrovascular las realizaron casi tan bien una semana más tarde como los ratones en el grupo de control, lo que indica que las estructuras cerebrales clave en el post-ictus estaban todavía ilesas.
Pero a las siete semanas, los ratones que habían sufrido el accidente cerebrovascular había desarrollado sustanciales déficits de memoria, mientras los ratones del grupo de control no tenían. Cuando Buckwalter y sus colaboradores realizaron sus experimentos en ratones tras el ictus que se han alterado genéticamente para ser incapaces de generar células B, no sufrieron ese retraso en el deterioro cognitivo.
Así que los investigadores repitieron su serie de experimentos en los mismos ratones de laboratorio normales con los que previamente habían estado trabajando. Empezando esta vez cinco días después de inducir el ictus y continuando cada dos semanas durante varias semanas, los ratones recibieron un análogo para roedor de ‘Rituxan’ para agotar sus células B, de forma que tras el accidente cerebrovascular, no mostraron signos de retraso de pérdida cognitiva.
Por último, los científicos de Stanford examinaron las secciones cerebrales recogidas de las autopsias a partir de los núcleos de los ictus de 21 pacientes con accidente cerebrovascular, todos los cuales tenían demencia. Entre estos, 12 contenían sospechosamente altos números de células B.
Para ver si la presencia prominente de células B en el cerebro podría ser una ocurrencia común en la vejez, incluso entre las personas sanas, observaron muestras de cerebro de nueve pacientes de la misma edad sin antecedentes de accidente cerebrovascular o demencia. En estos cerebros, las células B eran raras.
Buckwalter especula que las células B que entran en un cerebro accesible tras un accidente cerebrovascular pueden, tras la exposición a las sustancias intercelulares liberadas por las células muertas o moribundas, volverse reactivas al tejido cerebral, provocando un ciclo en espiral de propagación de la lesión celular y mayor activación de las células B.
Es probable que esto ocurra sólo en una parte, aunque posiblemente sea sustancial, de los pacientes con ictus, advierte esta experta, por lo que tendría un efecto médico erróneo simplemente dar a todos los pacientes con accidente cerebrovascular la misma dosis de un fármaco para disminuir las células B.
Fuente: www.lainformacion.com